”Criar Puro Sangue Lusitano es entrar en ese mundo mágico de la intuición donde el ganadero se apasiona y va haciendo el caballo a la imagen de su sueño...".
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29.1.09

FILHOS DO VENTO

LUSITANOS: FILHOS DO VENTO (hijos del viento)


Veamos una teoría

«ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD: LAS YEGUAS PREÑADAS POR EL VIENTO»

Uno de los más célebres mitos relacionados con la vieja Hispania fue el de las yeguas lusitanas a las que fecundaba el viento; mito que fue muy popular en la Antigüedad, a pesar de transcurrir en un finis terrae europeo.

Consiste en la creencia, o más bien en la afirmación (pues para los antiguos el mito, a diferencia de la fábula, es una vera narratio), de un hecho tomado como cierto: En las cercanías de Olisipo (Lisboa), del río Tajo y del cabo da Roca, las yeguas, volviéndose hacia el Océano, esto es, hacia el Occidente, podían ser fecundadas por el viento del Oeste, el Zephyrus griego (Favonius romano), un viento reconocidamente cálido y vivificador. Preñadas así por un dios, parían potros velocísimos pero de corta vida.

Gracias a algunos detalles de dos buenos conocedores de Hispania, Varrón (el mayor sabio romano, muerto el año 27 a.C.) y el hispano Columela (hacia 45 d.C.), sabemos que la zona elevada donde ello ocurría estaba sacralizada, y desde el gran Leite de Vasconcellos (1905) hay acuerdo en que sería el actual “Monsanto”, donde ahora existe un bello parque natural.




El mito es referido con distintos detalles por diecisiete escritores antiguos, desde Homero en la Ilíada (siglos IX-VIII a.C.) hasta autores cristianos del siglo IV-V d.C. como Lactancio y san Agustín, pasando por tratadistas tan serios como Aristóteles, el propio Plinio el Viejo (que lo rememora en tres ocasiones) o Claudio Aeliano en su De natura animalium. Pero, a pesar de estos testimonios antiguos, la crítica histórica moderna lo ha venido considerando “un bulo” o, cuando más elaboradamente, como expresión ambigua de una estructura social de tipo matriarcal y origen griego.

En una investigación recientemente presentada en un congreso internacional he intentado acercarme a esta famosa leyenda desde una perspectiva menos escéptica, con el triple objetivo de tratar de identificar la raza concreta a la que se refería el hecho, ensayar una vía nueva de aproximación teniendo en cuenta los avances en los campos de la Biología Animal y la Genética (esto es, intentando averiguar si tras el mito podía esconderse alguna realidad biológica), y poder reivindicar de paso la inteligencia y la credibilidad de nuestras fuentes grecorromanas, a menudo minusvaloradas.

Mediante comparaciones arqueológicas de las representaciones de caballos, en pinturas (por ejemplo en Mérida), o en mosaicos (sobre todo de la gran mansión romana de Torre de Palma, cerca de Monforte) con las actuales razas luso-españolas, es en efecto posible proponer que las razas en cuestión serían la “Garrana” o la “Sorraia”, las más antiguas de la Península Ibérica según los genotipos de H. Oelke; esto confío en que se pueda comprobar mejor cuando el Centro de Biología Animal de la Universidad de Lisboa amplíe a los restos équidos procedentes de excavaciones su estudio ya en curso sobre el DNA ancestral del Equus caballus en la Península Iberica.

En segundo lugar, al acercarme al fenómeno (muy frecuente en plantas) de la partenogénesis, desde el punto de vista de la Genética moderna –un mundo para mí enteramente nuevo–, me he tropezado con una asombrosa proteobacteria que está en los últimos años de rabiosa actualidad: la Wolbachia, bautizada así por el nombre de su descubridor, en 1927. Su genoma acaba de ser publicado (PLoS-Biology, March 2004) por el prestigioso investigador Jonathan Eisen, de The Institute for Genomic Research de Rockville.

De esta proteobacteria, un endosimbionte, lo que más me interesó, a los efectos de la explicación de nuestro mito, es su papel de “clonadora natural”, y su asombrosa capacidad para trastornar el sistema reproductor de su huésped –donde ella se aloja–, desde la feminización de machos genéticos a la generación asexual de las hembras o, en algunos casos, la degeneración y la muerte prematura del huésped. Por ahora sólo está probada su presencia en algunos tipos de peces, insectos (como drosófilas, mosquitos, avispas y abejas), lagartos y gusanos, nematópodos y artrópodos. Pero ya se busca la posibilidad de hallarla en mamíferos (cf. T. Kono et al., Nature, 22 April 2004), y de hecho un genetista de primera fila consultado me ha confirmado que no ve una razón para que la “Wolbachia”, u otros microbios similares, no puedan existir en mamíferos. Según J. Knight (Nature nº 412, July 2001): “As interest in the bacteria explodes, strains of Wolbachia that are in the process of being incorporated by their hosts may be among the evolutionary treasures waiting to be discovered”.

La aplicación de estas modernas vías de estudio genómico pemitiría mantener como hipótesis de trabajo que algunos grupos equinos lusitanos pudieran haber conservado en su seno, residualmente, una infectación por la Wolbachia u otra bacteria parecida, dando lugar a la procreación de las yeguas sin intervención del macho. Por falta de una explicación racional en la ciencia de la época, el hecho acabó convirtiéndose en un mito, en el que el papel generador se atribuía a un “dios del viento”. Con todo ello por fin se alcanza también el tercer objetivo del trabajo, que era restaurar el buen crédito de nuestras fuentes literarias antiguas.

Quizá esta metodología combinada, aplicada a otras famosas leyendas, nos ayudará a entender mejor, o incluso a detectar, otros prodigios de nuestro pasado remoto que actualmente se siguen considerando como fantásticos.

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