Hace veinte años ya, en la misma raya que separa el invierno de la primavera dejé aquí el cuerpo y el alma de mi padre. Mi madre así lo dispuso, pues se lo quiso entregar a quien a ella antes se lo había entregado.
Esta mañana cuando las campanas de la iglesia anunciaban que las vacas atravesaban el pueblo dirección el valle fui a buscarlo, volvimos a comer en la dehesa y juntos vimos como el sol se difuminaba entre las encinas y el barro.
Un día perfecto para celebrar que la primera yegua de su hierro había sido cubierta y el sueño empezaba a hacerse realidad.
Padre, brindemos por La Vacada.
Mañana antes de que la cigüeña sacie su sed en el agua cristalina de la Cañada volveré a cruzar la frontera.
Buenas noches allá donde estés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario